28 años

Hoy por fin me animé y les pasé esta dirección a algunos amigos; en fin, pensé, la gracia de esto es que alguien lo lea, y como este no tiende a ser ningún blog contranatura, entonces fue que acometí con tal objetivo. Obtuve todo tipo de gestos, lo gestual no quita lo valiente, me autoconvencí; así que aquí estoy para cumplir ese oscuro propósito del universo, que es que la vida fluya en algún sentido, aunque Quino piense que deba ir en sentido inverso.
El inicio de la semana pasada, me encontró viajando. Circulaba por algo llamado autovia, que es algo que no alcanza a ser una autopista, pero tampoco es una ruta común, sería algo intermedio tal vez gracias a la haraganería de los ingenieros. Había pasado por una serie de pueblitos, y al bajar de dicho camino por un pintoresco puentecito que se bifurca (gracias Jorge Luis), para tomar la ruta 33 hacia Casilda, lo veo haciendo dedo. El sujeto parecía algo avejentado y con un sobrepeso notorio, un pequeño bolso como único compañero y algo mojado por una llovizna persistente que acompañaba mi viaje desde Calchaquí, cosa pesó para que tomara la desición de levantarlo. Siempre llevo gente, más cuando yo mismo he recorrido muchos kilómetros solo amparado en el poder del dedo gordo de mi mano derecha. No se porque creí que era alguien que se trasladaba de un campo a otro. Subió y luego de todo el boludeo de rigor, consistente en cosas como: ¿para donde vás?, ¿de donde venís?, preguntas que ahora noto podrían generar algún nuevo tipo de sistema filosófico, mi acompañante comienza a contarme que lo embarga una alegría enorme, un sentimiento indescriptible del que insiste en hacerme participar si prometo no bajarlo del auto. Ya habíamos hecho unos quince minutos de viaje, cuando promesa mediante, empieza a contarme que había salido el día anterior de la cárcel de Paraná, donde había pasado justamente los 10220 días anteriores…
Muchos más que sus días en libertad, muchos más que los de una vida, me contó de sus días de motines, de sus palizas recibidas con las manos atadas, de sus traslados por varias cárceles del país, de la profesión de luthier aprendida en la cárcel, de todo lo tremendo que es no tener libertad, y de sus esperanzas para el futuro…
De cómo había caído por matar a un teniente cuando hacía la colimba, cosa que no hace falta ser muy lúcido para deducir que en esos momentos estábamos transitando los años de plomo y que se la dieron por la cabeza, en un país donde ahora las cárceles tienen puertas giratorias…
Pensé entonces en alguien olvidado, se me antojó una especie de rezago de una época, alguien que venía de la más oscura noche en todos los sentidos y estaba ahí viajando conmigo hacia una nueva oportunidad, y sus fuerzas y ganas de mirar para adelante me conmovieron profundamente.-

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